Capítulo 18: Pintura Fresca


En el tercer día ya no sentía el dolor, sabía que estaba un pasito más cerca de la muerte, de la ansiosa libertad por lo cual estaba dispuesto a pagar lo que fuese por ser mía y de nadie más. Libertad, dulce y apacible victoria. Quería morir, pero ya me había callado tenía que responder, si lo hacía moriría.

-        ¡Suficiente!- gritó esa mujer de armas tomar y los látigos cesaron.

¡No, no quería parar! Pero no me quedaban fuerzas, me había pasado dos días sin apenas poder descansar, pues el dolor me mataba, y ahora era el elixir más sexi que jamás podía desear.

-        ¡Desatadle!- ordenó.

El de la máscara de cuero dejó el látigo y se acercó para desatarme del potro, mis manos bajaron sin fuerzas para estar tumbado en el potro. Apenas podía respirar, pero intenté emitir cualquier ruido, pero no había suerte.

-        ¡Llevadlo a la recamara!- ordenó la mujer.

Tampoco pude defenderme simplemente me rendí, ella había ganado, habría sobrevivido a sus torturas. En el momento en que pasábamos por los pasillos, por el derroche de sangre, empecé a marearme y apenas pude mantener los ojos abiertos, veía como pasaba diferentes jaulas ocupadas por personas y algunas alienígenas.

Perdí el conocimiento. Noté alguien que me agarraba de la mano, pero no era una mano cualquiera, era de una mujer y por un momento pensé que estaba en casa.

El fresco aroma a pintura recién esparcida por las habitaciones del piso que habíamos reformado Leonor y yo para ir a la universidad y empezar nuestra vida por nuestra cuenta, me encendía los pulmones a caminar por el pequeño piso de un solo dormitorio, mientras buscaba a Leonor entre los plásticos y la pintura que se secaba en las paredes de un color turquesa clarito.

-        ¡Leonor!- grité mientras escuchaba su risa.- ¿Dónde estás?- le llamaba.

-        ¡Aquí!- gritaba entre risas corriendo por el pasillo del piso, vestida con una camisa vieja mía y unos shorts que le quedaban muy bien.

-        ¡Espera!- le decía mientras me ponía a correr detrás de ella intentando atraparla de algún modo.

-        ¡Ven, rápido!- decía.

De repente se quedaba quieta delante de una puerta negra que desentonaba por completo de los colores claros y el Sol que entraba por las ventanas. Me quedé mirándola a ella, pero solo se quedaba de espaldas, podía ver su larga cabellera dorada mirando hacia la puerta.

-        ¿Qué pasa?- le dije.

Ella señalizaba la puerta pero no decía nada. La curiosidad me mataba por dentro, así que puse la mano en el pomo, lo giré y entré. Adentro habían mantis religiosas que me querían atacar, cerré la puerta, rodeé a Leonor con mis brazos.

-        ¡Salgamos de aquí!- le dije.

Pero ella no contestaba, luego al verla, me di cuenta de que no era ella, sino que estaba abrazando a la mujer que me tenía secuestrado.

-        Eres mío… y de nadie más…- dijo.

Grité.

Abrí los ojos, tumbado en la cama bocabajo, sentía el goteo de la vía que me habían puesto y me di cuenta de que estaba en una especie de sala de hospital. Había sido solo un sueño, algo imposible.

Canalizado por: Laia Galí HR.

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