Capítulo 8: Intenciones
-
- ¡Hijos de puta!- grito con todas mis fuerzas
-¡No tenéis ningún derecho de hacer lo que estáis haciendo conmigo! ¡prefiero
morir que ser una puta cobaya para vosotros! ¿esto es lo que hacéis con todos
aquellos que os habéis llevado en contra de su voluntad? ¡Dad la cara!- no
puedo evitar decirlo, estoy tan cabreado que solo pienso en arrancarles la
cabeza e intentar escapar de aquí cuánto antes.
Pongo las manos encima de la cama de metal, y empiezo a dar
golpes para intentar captar la atención de ellos, pero tampoco funciona, así
que busco algo que pueda tirar, pero curiosamente no hay nada. Así que camino
de nuevo hacia las rejas e intento separarlas, pero son de hierro ¿a quién
quiero engañar?
-
¡Ah!- grito de rabia, este sentimiento es tan
intenso que noto dentro de mi como se concentra como si se tratase de una bola
de energía, que haga lo que haga debo sacarla de mí, porque si no me concome
por dentro. -¡Dad la cara cabrones!- vuelvo a intentar tirar las rejas abajo,
pero es imposible.
Me dejo ir, y acabo sentado en el suelo llorando de rabia,
odio, bronca…
-
Quiero morir…- susurro entre lágrimas.
En ese momento delante de las rejas, veo como se cierran dos
puertas de cristal, de la incertidumbre que siento, me vuelvo a levantar e
intento ir hacia las rejas, y aunque tengo miedo, extiendo el brazo y toco el
cristal con ambas manos. Como no pasa nada, y tengo desde pequeño que sufro un
poco de claustrofobia, empiezo a dar golpes para que lo vuelvan a abrir, pero
no hay manera.
-
¡Eh, eh! ¡Abran la puerta!- grito cada vez con
mayor fuerza, derivado por mi inútil sentimiento de supervivencia, si es que me
queda alguna cosa.
Pero enseguida a través del techo empieza a bajar un gas,
que me impide respirar con normalidad, empiezo a toser, me tapo la boca con
ambas manos, pero no puedo hacer nada. Poco a poco tengo muchas ganas de
tumbarme en el suelo, mis piernas parecen que no se quieran mantener de pie,
aunque intento poner resistencia, todo parece ser ir en contra. Hasta que al
final, me quedo tumbado en el suelo, todavía puedo mantener los ojos abiertos,
y entre el gas, puedo ver a una persona que lleva bata de médico que está al
otro lado del cristal, observando si me quedo inconsciente del todo.
Con los ojos entreabiertos puedo ver como la puerta de
cristal se abre, acto seguido también las rejas, detrás del médico entran dos
hombres muy altos y que parecen tener la piel rojiza, uno se me queda a los
pies y el otro cerca de la cabeza, me agarran con fuerza para que no ofrezca
resistencia, aunque el gas ya me ha paralizado bastante, de hecho son conscientes
de que sigo manteniendo los ojos abiertos. El gas desaparece bastante rápido,
cuando el médico se arrodilla por la altura de mi cintura, y veo que su cara es
muy extraña, tiene aspecto de humano, pero la cara es diferente, la frente la
tiene muy marcada y la piel también es rojiza.
-
Giradlo.- dice el médico, los otros dos obedecen
al momento y me giran, quedándome con el culo en pompa.
El médico se pone los guantes, y del bolsillo saca una jeringuilla
que dentro lleva un líquido amarillo, intento moverme, algo puedo, pero los que
me sujetan son más fuertes que yo y no se nota.
-
¡No!- me cuesta mucho vocalizar, se me duerme la
boca, pero algo murmuro.
-
¿Sabes? No hay muchos como tú en esta nave…
antes teníamos a más, pero… vuestra especie no aguanta nuestras intervenciones,
y acabáis muriendo… tanta carne fresca, para terminar en nada… ¡vaya
desperdicio!- dice mirándome con ojos de psicópata.
-
¡No! ¡No! ¡No!- digo.
El médico acerca la jeringuilla hacia la pierna, noto una
rozadura y grito.
-
Puedes estar tranquilo, porque aquí solo
torturamos hasta el último aliento que tengáis.- terminó de decir el médico.
Noto el pinchazo como si me estuvieran clavando una estaca
en el corazón, y lentamente el líquido entra en mi cuerpo, es tan doloroso, que
solo puedo gritar.
Canalizado por: Laia Galí HR.
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