Capítulo 7: Jugando A Ser Dios - Parte 3



La Luna era tan brillante que parecía que nos iba a dar un abrazo, aquel paisaje que se veía des del segundo piso, de la casa de mi querida Leonor, hacía que el tiempo se detuviese en pequeños fractales donde solo existe la eternidad del momento.

La luz de la Luna iluminaba nuestros rostros, y en sus ojos veía la felicidad de aquel momento. Allí solo estábamos ella y yo, lo que habían sido miles de momentos de risas y discusiones, se resumía en la belleza de su SER. Una gran parte de mí, elogiaba haberla conocido desde tan chiquitos, pero otra parte de mí, me atemorizaba intentar pensar que quizás algún día otro hombre sería quién podría abrazarla, besarla, acompañarla… Sinceramente, llevaba demasiado tiempo callado, por miedo a lo que podría ocurrir si Leonor se enterase de que mi corazón le pertenece.

Pero esa belleza era demasiado para mi esa noche, y mientras de fondo  escuchábamos la música de la fiesta que se había organizado en su casa con el resto de los amigos, no me pude aguantar y sin decirle nada, le toqué la barbilla y le obligué a mirarme, al verme reflejado en sus ojos, le acaricié con el pulgar su labio inferior, y sin pensármelo mucho, la besé.

En el momento en que abro los ojos, me doy cuenta de que he vuelto a la jaula. Me duele todo el cuerpo, me pesan los brazos y las piernas les cuesta reaccionar. Me duele mucho la cabeza y la cuenca de los ojos, en el momento en que me incorporo, me doy cuenta de que voy en ropa interior y que mi piel tiene un tono un poco raro, como un tono verdoso muy extraño.

-          ¡Qué cojones…!- digo.

Intento recordar que fue lo último que hice pero el dolor de cabeza me gana, así que intento levantarme, curiosamente mi compañero todavía no había regresado, mientras que me preguntaba ¿dónde podría estar? Pero me concentré en ponerme de pie, me costó pero al final lo conseguí, y recordé que antes las piernas no me seguían y ahora milagrosamente se habían curado.

Camino muy despacio hacia las rejas para ver si había suerte de encontrar a alguien, pero era inútil. Al mismo tiempo que perdí todas las esperanzas, me coloco de espaldas a las rejas, me llevo las manos a la cara y cuando miro al frente, me asusto.

Con mucho cuidado me acerco a la pared de la cama que es de metal y puedo ver mi reflejo, me acerco tanto como puedo como si intentase pegar mi cara contra la pared. Me miro a los ojos, al mismo tiempo de que me da mucho miedo admitir lo que estaba ocurriendo, ¡no podía ser! Pero estaba pasando, mis ojos habían cambiado de forma, ahora eran igual que un extraterrestre gris.

Canalizado por: Laia Galí HR.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 25: Una Segunda Oportunidad

Capítulo 24: ¿Libre?

Capítulo 22: Verdades